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A ratos me visita la nostalgia. Hoy, durante la clase de Listening, hago un ejercicio de introspección y desatiendo a mi profe para escuchar a mi estómago. Entonces me acuerdo de personas a las que quiero, como el padre del Ruqui, y como afrontaría él en mi situación las digestiones de alto contenido en fibra donde todo parece fugar hacia el mismo punto. Me acuerdo de los puerros de la Mila cada vez que ceno gaviota, y de los boletus de Lesaka. Del arroz negro de Golo, de las alubias con almejas de Margarina… la llonganissa de trompetas de la mort que nos traen los chicos de L’hospi y del pollo al oporto de Manguera que sólo me ha hecho una vez y que estaría buenísimo acompañado de una hogaza de Ptinto. Me acuerdo del Sustituto cuando pasa el autobús de Agatha Christie. También me acuerdo del Manis (y sra.) cuando estoy a puntito de morir devorado por la gran Ola de Paignton y del sector escalador cada vez que veo una piedra. Me acuerdo mucho de las cañas que nos vamos a tomar cuando vuelva y de los abrazos que me esperan. Me acuerdo de la comunidad del ibuprofenillo cada vez que soy hobbit y de la dictadura musical de eMe a los platos. Añoro la cigarra de Luna y los sábados, sólo los sádos, con Cerre. Y el otro día, durante un paseo, me encuentro un pollo que comparte peluquero con Yagüe y me pongo a llorar. S.